
Se despertaban sobre las ocho o las nueve y en unos minutos estaban listas para empezar su jornada laboral. Zonas con turistas, cerca de estaciones, siempre en busca del bullicio. Y a robar. Porque ese era su trabajo. Las mujeres componían un clan de carteristas con vínculos familiares entre ellas, que han aprendido, como un oficio, el poco noble arte de la sustracción. Mientras ellas estaban en acción, los miembros masculinos de la organización, sus abuelos y padres, esperaban en casa a contabilizar el botín de la jornada. Estaban asentadas en Madrid, pero iban haciendo giras criminales por España, especialmente en Andalucía. Estaban a punto de abandonar el país rumbo a los Juegos Olímpicos de París y no a disfrutar del deporte. Pero no llegaron a volar a Francia. Antes, todo el grupo fue detenido por la policía. Pero, esta vez, no fue como las anteriores.
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