
Hace unas semanas la empresa de figuración Temps Show Business vivió un episodio entre curioso y kafkiano: después de publicar en Instagram una publicación rutinaria sobre un casting buscando niños negros de entre 8 y 11 años, Meta decidió bloquear no solo esa cuenta profesional, sino también otra cuenta de la misma empresa y hasta la cuenta personal de la trabajadora que había hecho las publicaciones. ¿El motivo esgrimido desde Meta? “Explotación de personas”, decía, tan ancha. Y recordaba otros “ejemplos de cosas que no permitimos”: “Promoción del tráfico sexual”, “ayudar con una adopción ilegal”, “coordinación de prácticas de esclavitud o trabajos forzados”. El bloqueo fue en principio permanente, pero tras varias horas de gestiones y ruegos (y de nervios en una empresa que, al final, vive en gran medida de las redes sociales) se restablecieron las cuentas. Viene esto a cuento de señalar una verdad que muchos hacen como que no ven: el ecosistema digital está bastante más atenazado de lo que nos quieren hacer creer los que pregonan la forma de vida libérrima en la red.
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