
Bajo un sol fulminante, al menos cuatro camionetas esperaban sobre la pista el aterrizaje de una avioneta blanca en el aeropuerto de Santa Teresa, un pequeño pueblo de poco más de 6.000 habitantes, en la frontera entre Estados Unidos y México. De la aeronave bajaron Joaquín Guzmán López, hijo de El Chapo Guzmán, e Ismael El Mayo Zambada, fundador y capo de capos del Cartel de Sinaloa. La captura, a cargo de agentes del FBI y la DEA, fue limpia: no se disparó ni una sola bala. La leyenda criminal de El Mayo, uno de los jefes criminales más buscados y poderosos del mundo, parecía haber escrito su capítulo final. Pero no lo fue. De inmediato, se multiplicaron las teorías para explicar la extraña sucesión de hechos, aumentaron las tensiones entre ambos Gobiernos y estalló una tormenta de violencia en Sinaloa, que todavía dura.
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