
En el año 1998, Irvine Welsh (Leith, Edimburgo, 66 años) puso un aparatoso, adictivo y corrosivo pie en el policial. Pero no lo hizo con la intención de continuar en él. Es decir, no había en el despreciable y sin embargo poderosa y desafortunadamente humano sargento que creó, el corrupto y maldito Bruce Robertson de Escoria —el tipo que hablaba con su solitaria, y que era lo contrario a un buen hombre, y a la vez algo peor, mucho peor, que uno malo, muy malo—, visos de otra cosa que la casualidad de que fuese poli. Era un personaje del por entonces desatado Welsh —había publicado Trainspotting en 1993, y se había convertido en una estrella del realismo mugriento, yonqui, desesperado— y sólo eso. Una ópera en sí mismo. Pura devastación existencial, epatante y bruta, incómoda tragedia en un único e imparable acto. Cuando una década más tarde Welsh puso a los mandos de Crimen a Ray Lennox, no se pensó que se tratase de una secuela.
Los cuchillos largos
Irvine Welsh
Traducción de Francisco González,
Arturo Peral y Laura Salas
Anagrama, 2025
416 páginas. 24,90 euros
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