
Ante el espectador, estático, pasean veloces, en un visto y no visto, los deportistas su talento, su fugacidad juvenil, y de ellos, reemplazados por otros más jóvenes, no quedará ni la memoria, unos números como mucho, unas hazañas selectas que solo recordarán los más locos. Hacia ese olvido de los otros acelera Romain Bardet en la última cuesta del día, la de Nonette, a 20 kilómetros de la meta. El pelotón, sus jefes, Vingegaard, Pogačar, al frente, le ceden el escenario para una pequeña reverencia de 10 kilómetros que enloquece a la afición entregada, es su tierra, antes de que los avariciosos equipos de sprinters asuman el mando. En la cuenta atrás del final de su carrera, seis días no más para acabarla, Bardet estará el martes en su pueblo, Brioude, aire volcánico del Put de Dôme no muy lejano, de donde partirá la tercera etapa de la Dauphiné, tras la victoria del italiano Jonathan Milan al sprint en Issoire, en el parque volcánico en el que en el Tour de 2023 se había impuesto Pello Bilbao en fuga.
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