
En Nueva York, la ciudad que nunca muerte, los ciclistas nunca dan una pedalada, reparten sus recados con bicis eléctricas trucadas, hablando en español con 20 acentos diferentes, como también lo hacen los obreros de la construcción, los limpiadores de los hoteles los portorriqueños que toman la Quinta para celebrar su día nacional y los camareros del bar de ostras junto al embarcadero del ferry de Governor’s Island donde los miles de espectadores con aire VIP que dan a la competición de vela un tono de torneo de golf, y se ven pancartas que dicen: “A Nueva York la han construido sus inmigrantes”. Y al lado, en el Hudson de la flota de guardacostas, otros que hablan español y tampoco pedalean, pero pelean, como todos, construyen castillos en el agua que flotan y vuelan a más de 70 por hora.
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