
Baila un murciano (también marciano) al son del Emmenez-moi de Charles Aznavour, coronado por quinta vez en un grande, de nuevo en París, donde todo el público de la Chatrier se lleva las manos a la cabeza y el deporte mundial descubre otra mente excepcional. “¡Sí-se-puede!”, le jalea toda su pandilla desde el palco. Y ahí que resurge como un torbellino Carlos Alcaraz, rebozado de barro, grandioso. E histórico esto. Se baten hasta el extremo dos colosos y el número uno inclina finalmente la rodilla. Prodigiosa esta remontada contra Jannik Sinner en una final para guardar, para enmarcar, loca, emocionante. De esas que hacen afición: 4-6, 6-7(4), 6-4, 7-6(3) y 7-6(2), tras 5h 29m. Tranquilo todo el mundo: el tenis está en inmejorables manos.
EN LA LÍNEA DE DJOKOVIC Y GAUDIO
Más de la mitad de los trofeos (20) que ha logrado Alcaraz han sido en arcilla, la superficie sobre la que se crio tenísticamente; sin embargo, no aquella a la que un principio se adaptaba su mejor tenis. El tiempo, sin embargo, ha desvelado que se ha convertido en un competidor total.
El murciano juega tan bien en tierra (11) como en dura (6) como hierba (20). “Se mueve como un ovni. No juega a la defensiva ni siquiera cuando está en un ángulo de la pista. Tiene todas las cualidades del Big Three [Djokovic, Nadal y Fededer], quizá incluso alguna más”, defiende Andre Agassi.
Más allá de interpretaciones y comparaciones, el tenista español ya es uno de los tres que han conseguido salvar bolas de partido en una final de un grande. Antes lo lograron el argentino Gastón Gaudio —una en la final de París de 2004, ante Guillermo Coria— y el serbio Novak Djokovic —dos en la de Wimbledon 2019, frente a Roger Federer—.
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