Antes de que el ajolote se convirtiera en la salamandra más querida de México, fue un dios azteca. O era considerado algo muy parecido a una deidad durante el periodo prehispánico en el continente americano. Escurridizo, solitario, amante de la noche. El aspecto de este anfibio de branquias plumosas que flotan en el agua como llamas inquietas y una aleta dorsal que recorre todo su cuerpo de apenas 30 centímetros, no es lo único que lo hace lucir como un ser de otro mundo. El ajolote puede reconstruir tejidos como huesos, músculos y nervios. Todo vuelve a crecer tras sufrir una amputación. Tal vez por eso la mitología lo rodeó de misterio. No es solo un animal marino, es también un símbolo de renacimiento.
Últimas noticias: la última hora de hoy en EL PAÍS