
Por un lado, existe la idea romantizada de que el crimen organizado nació liderado por figuras semejantes a Chucho el Roto, Robin Hood o Vito Corleone que, a pesar de todo, cuidaban de la gente. Se nos narró que sus líderes se preocupaban por el pueblo porque en medio de catástrofes ejercieron las funciones que abandonó el Estado, porque resolvían necesidades y se podía acudir a ellos para buscar un ajuste de cuentas que para muchos era lo más parecido a la justicia; se creía que en algunos casos mantenían cierto orden social y recibían la admiración de una parte de la población. En esa versión edulcorada, el crimen organizado surgió casi como un acto de protesta en contra de la desigualdad económica y en contra de la pobreza. En corridos y películas se habló de los códigos de honor que impedían asesinar a las esposas o los menores de edad del bando opuesto, esos códigos que dictaban que solo se recurría al asesinato en casos extremos. Todo esto nos presentó también una narrativa en la que, de un lado estaba el gobierno y del otro, como su opuesto, el crimen organizado.
Nuestra fuente:EL PAÍS América Colombia: el periódico global… en EL PAÍS Publicado para Colombia