
El chileno Alfredo Carrasco creció rodeado de árboles de durazno y cerezos, bajo la mirada paciente de su padre, un agricultor dedicado a la fruticultura. Desde niño, cultivó un vínculo profundo con la tierra, que concilió con su otra pasión, el descenso en bicicleta, que lo llevó a competir desde los 15 años y a estudiar tecnología agrícola a los 19. Pero en febrero de 2017, cuando tenía 21 años, durante una competencia en Viña del Mar, un salto mal calculado lo hizo caer de cabeza. Se fracturó tres vértebras y quedó parapléjico. Un mes antes, su hermana había fallecido por un aneurisma cerebral. “Fue un comienzo de año negro”, recuerda hoy Carrasco, de 29 años, en su silla de ruedas desde su casa en Quinta de Tilcoco. “Cambió la forma en la que veía la vida, el trabajo, todo. A mis cercanos, también”.
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