Confieso que no sabía ni quién era cuando una compañera de trabajo me pasó el vídeo. Vi a un hombre sentado cómodamente en el sofá de su casa, soltando una perorata misógina de una ranciedad difícilmente igualable con ese tono monocorde característico del que ha visto la luz. Supe al poco que no se trataba de un machista cualquiera cuyo cerebro se hubiera quedado atrofiado tras una estancia prolongada en un áshram masculinista, sino de una de las figuras más destacadas del fútbol mexicano. Chicharito, un tipo al que siguen en redes millones de jóvenes en todo el mundo. Y sentí vértigo. En un post de Instagram que publicó esta semana, el delantero del Chivas acusaba a las mujeres de haber “destruido la masculinidad” y las llamaba a “responsabilizarse de su energía” (sic), “a permitirse ser lideradas por un hombre que lo único que quiere es verlas felices”, “cuidando, nutriendo, recibiendo, multiplicando, limpiando, sosteniendo el hogar que es el lugar más preciado para [ellos]”.
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