
No hay la menor posibilidad de que no ocurra lo que ocurrirá sin duda, y es que todos vamos a acordarnos varias veces al día de que hace 50 años Franco se murió por fin (para algunos de forma claramente prematura). Pero se murió también una cuanta gente más, alguno con el poder desatado de la extorsión sistémica y franquistamente protegida, como es el caso de José María Escrivá de Balaguer, fundador de una de las sectas más poderosas y destructivas de la España contemporánea, el Opus Dei. Pero entre los muchos muertos que debió haber aquel bendito año de gracia hubo otros dos de particular relevancia, Luis Felipe Vivanco —delicadísimo poeta, arquitecto sin trabajo, diarista excepcional aun secreto en su mayor parte— y Dionisio Ridruejo.
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