Judith Suárez, una maestra de la localidad bogotana de Ciudad Bolívar, percibió el sábado 17 de mayo cómo los niños y adolescentes estaban exaltados. Mientras desayunaban en la Corporación Cuyeca, la organización social que dirige, hablaban de un asesinato que los tenía conmocionados. Los noticieros habían reportado hace unos días que las autoridades habían encontrado el cuerpo de David Esteban Nocua, un adolescente de 14 años de la vecina localidad de Usme. Lo habían hallado en el río Tunjuelito, repleto de cuchillazos. Para los niños, en contraste con la relativa apatía en el resto de la capital colombiana, el crimen parecía muy cercano. Un compañero estaba desaparecido y temían que terminara muerto, como Nocua y tantos otros niños y adolescentes del empobrecido sur de Bogotá.
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