Después de dos décadas de amenazas, Benjamín Netanyahu, el primer ministro israelí, ha cumplido su deseo de bombardear instalaciones nucleares de Irán. E incluso ha ido más allá al matar a varios científicos y mandos militares, incluido el jefe de la Guardia Revolucionaria. Para muchos, es la crónica de un ataque anunciado. Sin embargo, no era inevitable, como lo prueba que Estados Unidos siguiera intentando alcanzar un acuerdo con Teherán sobre su programa atómico. Y, aunque todavía es pronto para saber cuáles serán las consecuencias de una operación que Israel mantiene abierta, el contexto geopolítico que la ha permitido da algunas pistas de los riesgos. El principal, que impulse justo lo que quería evitar: que la República Islámica vea en la bomba su mejor garantía de supervivencia.
Nuestra fuente:EL PAÍS Edición Argentina: el periódico global en EL PAÍS Publicado para Argentina