
Joan Peñarroya dio una charla a la carrera y sin mirar a los ojos de Anderson, descargándole de la presión y valorando los posibles escenarios dependiendo del acierto de su jugador desde la línea de los tiros libres. El rival Perry se le acercó después en el juego del trash-talking, pues toda palabra era válida si le sacaba un poco de quicio o al menos le alteraba el pulso. Anderson, entonces, con tres tiros libres por delante y con el Barça perdiendo de dos ante el Unicaja cuando al reloj le quedaban dos segundos, botó el balón. Uno, dentro. Dos, dentro. Y tres…, bola caprichosa que se salió del aro. Prórroga al canto y duelo superlativo, al fin triunfo de un Barcelona que tan pronto pasa de Doctor Jekyll a Mr. Hyde, capaz de lo mejor y de lo peor, de vivir en una montaña rusa permanente. Eso sucedió en Málaga para rendención de Anderson, que castigó al rival con dos triples en el momento decisivo, el último, que valieron para dar el triunfo al Barcelona y, de paso, la cachetada al Unicaja, que deberá ganarse las habichuelas en el Palau si quiere seguir en la eliminatoria.
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