
Hace dos semanas, la vida sonreía a Donald Trump. Acababa de firmar su ambiciosa ley de reforma fiscal, estaba en racha en la escena internacional y el Tribunal Supremo le había dado permiso para avanzar en su deriva autoritaria. Entonces, recibió la visita de Jeffrey Epstein. Uno de esos amigos del pasado que reaparecen cuando menos te lo esperas.
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