
En el siglo XI, La Rioja formaba parte de la amplia zona deshabitada de la Península que servía de frontera entre los reinos cristianos y musulmanes. Era un territorio con muy poca gente y muchos peligros. En 1092, un mercenario cristiano no dudó en arrasar aquellos parajes, pese a que pertenecían al rey Alfonso VI. “Cruelmente y sin misericordia incendió todas aquellas tierras arrasándolas por completo de la manera más dura e impía. Devastó y destruyó toda aquella región, llevando a cabo feroz e inhumano pillaje”, reza la crónica medieval Historia Roderici. Aquel guerrero implacable se llamaba Rodrigo Díaz de Vivar y ha pasado a la historia como el Cid. ¿Cómo es posible que un mercenario despiadado que vendía su espada sin importarle la religión de aquel a quién servía pasase a convertirse en un mito de la cristiandad y acabase reivindicado por el nacional catolicismo del franquismo?
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