
Hasta hace un año, Huertos del Pedregal era un lugar de fiestas y fantasía. Esta urbanización privada del norte de Culiacán, en Sinaloa, contaba con una veintena de lotes campestres y, al menos la mitad, se rentaba para convivios de todo tipo. Era habitual que cada fin de semana se vieran fuegos artificiales en los cielos y que los vecinos reportaran ruidos excesivos por la música en vivo y, en ocasiones, hasta disparos al aire. “Ahora ya no viene nadie”, asegura Ana Becerra, residente del lugar, que alquilaba su parcela para celebraciones. “Los locales están solos y no nos recuperamos, ni siquiera bajándole el precio”, añade.
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