
Dos metros de altura y uno de grosor. Así debían ser las dimensiones del muro para hacer frente a un oso atraído por la miel de las colmenas. Y así se hacían en Galicia en la Edad Media, cuando el oso pardo habitaba sus montes: el mejor modo de proteger a las abejas era ubicarlas en sitios poco accesibles y rodearlas con cinturones de piedras. Las alvarizas gallegas son eso: robustas construcciones circulares que albergan apiarios en su corazón. Arquitectura rural defensiva para proteger un alimento que, durante siglos, fue el único edulcorante disponible en la zona.
Últimas noticias: la última hora de hoy en EL PAÍS