
A los artistas se les quiere por eso que nos dan, tan inaprensible, que se integra en nuestra vida como parte de lo que somos porque somos lo que nos conmueve o nos sacude, aunque la palabra conmover tenga enconados enemigos. Farsantes. Mandy Patinkin, artista para todo siempre que sea lo mejor, ha conseguido conmover a varias generaciones. A mis oídos llegó, cómo no, aquel célebre “soy Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate para morir”, porque La princesa prometida forma parte de la infancia de nuestros hijos, aunque el actor prefiera aquella otra del mítico personaje: “He dedicado tanto tiempo a la tarea de la venganza que ahora que todo ha terminado no sé qué hacer el resto de mi vida”. Puede parecer una reflexión demasiado honda para una película de aventuras, pero si lo dice Patinkin refiriéndose al victimismo revanchista sus palabras cobran peso. También fui de quienes lo disfrutaron en Homeland como jefazo de la CIA, aunque la prueba de fuego del artista se dirimió mucho antes en Broadway, en las tablas sobre las que el superdotado Patinkin hizo historia como protagonista de Sunday in the park with George, de Stephen Sondheim. Es un intérprete prodigioso. Con una voz sobrenatural de contralto este judío de Chicago ha conseguido lo imposible: emocionarnos tanto como Judy Garland con una delicadísima versión de Over the rainbow que paseó por diversos late shows en los que además de narrar las consabidas anécdotas exhibió su arte de intérprete superdotado. Recuerdo a Patinkin entrevistado por Colbert, el cómico cuyo programa ha sido cancelado por las maniobras de un Trump que anda luchando enconadamente contra la inteligencia. Pero es gracias a ellos, a la valentía de los Patinkin, de los Colbert, que los estadounidenses decentes pueden soportar tal grado de ignominia, de burricie, y recordar a su vez que la maestría en el humor, en la música, puede servir como arma de resistencia, ya que suelen al chulo donde más le duele, señalando su condición de individuo ridículo. El poder puede destruir al adversario, pero el cómico que recibe las bofetadas siempre se levanta para reír el último. Es la esencia de su oficio.
Nuestra fuente:EL PAÍS Edición Argentina: el periódico global en EL PAÍS Publicado para Argentina