
Julio Camba era el hombre que no habría ido ni a su propio entierro. Lo decía su amigo César González-Ruano, otro nombre dorado del periodismo español. A Camba no le gustaban las obligaciones. Ni familia ni propiedades, ni filiación política. Tampoco le gustaba trabajar. Mejor quedarse en su habitación pequeña, sombría y barata del hotel Palace de Madrid, donde vivió como huésped fijo desde el verano del 49 hasta su muerte en el invierno del 62, bajo un franquismo que lo domesticó y acalló. O, si acaso, mejor sentarse en un café y ver pasar la vida minúscula, la vida real; esa que Camba hacía sonar en los periódicos como suena la música de café: liviana, de fondo, un poco excitante, veloz.
Nuestra fuente:Cultura en EL PAÍS Publicado para Latino America