
En un árbol, el primer síntoma de que algo va mal por la sequía o las altas temperaturas es el cambio de color, ocurre porque cierra sus estomas (los poros de las hojas) para evitar perder agua y esto reduce la fotosíntesis. Luego llega la pérdida de hojas, la defoliación, y si se agrava la situación, puede producirse la muerte. Este es un fenómeno difícil de medir en las masas forestales del país, pues algunas veces, con la llegada de las lluvias los ejemplares se recuperan, y otras quedan moribundos, sentenciados, pero tardan años en sucumbir. Aun así, los episodios recientes de muerte masiva de ejemplares en Cataluña, Comunidad Valenciana o Murcia han mostrado la magnitud de un proceso que se espera vaya amplificándose con la crisis climática y que tiene importantes implicaciones tanto para el paisaje como, en los casos más extremos, para el futuro de los bosques y los numerosos servicios ambientales que proporcionan (en forma de biodiversidad, madera, alimentos, absorción de CO₂, regulación de cursos del agua, protección del suelo…).
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