Que la potencia más importante del mundo esté capitaneada por un reaccionario liberticida tiene consecuencias globales. Con Trump en la Casa Blanca, muchos jefes autoritarios y represores se sienten legitimados para sostener con más vehemencia su odio hacia aquellos que creen que ni siquiera deberían existir. El juego de la geopolítica influye en ellos aunque sea en las apariencias, y cuando son opciones liberales o progresistas las que lideran y difunden sus valores, los conservadores se ven obligados a jugar al juego de la democracia abierta aunque sea con una hipócrita máscara de disimulo. Hoy parece que los dictadores de todo el mundo se han envalentonado con el ascenso de Trump. Son tendencia, están de moda y no se muerden la lengua a la hora de defender ideas que ya creíamos desterradas por ir en contra de los derechos humanos.
Últimas noticias: la última hora de hoy en EL PAÍS