
El estratosférico triunfo de Luis Enrique el sábado ha sido un largo proceso, cocinado a fuego lento, como sus equipos, propensos a funcionar mejor en el segundo tramo de la temporada, cuando los átomos de su propuesta —y su volcánica manera de desplegarla— se estabilizan. Fue Joan Laporta, presidente de entrenadores, quien le reclutó para el Barça B, donde enseguida mostró de lo que era capaz. Tanto, que sin haber entrenado a un equipo en la máxima categoría, recibió una llamada de Franco Baldini, entonces director deportivo de la Roma, para alistarle en un proyecto —“il progetto”, se cachondeaban los romanistas— que evitase la descomposición de un equipo con unas estrellas en clara decadencia.
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