
Me pregunto qué necesidad teníamos de convertir también la gravedad en ley. No se sabe de ningún objeto que, arrojado al aire, se quede ahí, flotando, como una obsesión en el cielo de la bóveda craneal. A la gravedad le dan igual las leyes. No podemos prohibirle que haga caer todo aquello que ha logrado ascender. Solo se prohíbe lo evitable: matar, porque nos gusta, nos relaja y porque solemos obtener beneficios del crimen. Se prohíbe escupir en los bares y demás establecimientos porque somos unos bárbaros que necesitamos dejar repartido por ahí fuera todo el veneno que llevamos dentro. Se prohíbe hacer aguas porque, en caso contrario, todas las esquinas olerían a riñón. Se prohíbe, no sé, aparcar, por ejemplo, en determinadas vías porque una de las pulsiones más profundas de los seres humanos es la de abandonar el coche en cualquier sitio. Yo aparco cuando veo un hueco, aunque me pille lejos de donde iba, porque encontrar un hueco es como que te toque el rasca y gana de la lotería.
Últimas noticias: la última hora de hoy en EL PAÍS