
Cristina Santurino se convirtió en una corredora imprescindible de la sierra de Guadarrama, un entorno que conocía al dedillo a través de entrenamientos kilométricos, la receta de la ultradistancia, una filosofía a la que dedicaba su vida. El vacío que deja tras su fallecimiento este martes, el día que cumplía 36 años, en El Hierro, donde vivía desde hace unos meses, va más allá de sus puestos en pruebas cada vez más largas —estaba inscrita a una de 100 kilómetros esta misma semana—, tiene que ver, más bien, con su pundonor. Alguien que no tenía la técnica depurada de las profesionales, pero sí su espíritu. Será recordada por llegar a meta con las rodillas ensangrentadas, pues no se contenía en las bajadas y tenía el mal hábito de no poner las manos y caer con las rodillas. Heridas de orgullo para una mujer inquebrantable.
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