
Nunca imaginé que palabras tan simples pudiesen despertar emociones tan profundas. Aún recuerdo la primera vez que escuché: “Estoy embarazada”. La función no había hecho más que empezar, a esas palabras le siguieron otras como: “Pon la mano en mi barriga, eso que sientes son pataditas”. Aunque más emocionante aún fue oír: “Creo que ya viene”. Pronto llega una palabra que te hace sentir el ser más afortunado del mundo: “Papá”. Piensas que no puede existir nada que te haga sentir mejor, pero un día al llegar del trabajo, salta sobre ti gritando: “¡Papáaa!”. Y cuando crees que no puedes sentir algo más intenso, de repente un día te dice: “¡Te quiero, papá!”. Aunque a veces esa misma palabra te puede hacer sentir algo diferente… como un “papá” entre sollozos, cuando les duele algo, cuando no comprenden que está pasando o cuando sienten que algo no es justo, sobre todo si lo acompañan de una mirada inocente, perdida o de perplejidad por no entender la realidad. Pero por más que lo intento no puedo imaginar qué ha sentido ese padre palestino al escuchar a su hijo, atrapado bajo los escombros de su casa en Gaza, gritándole: “Papá, estoy vivo, sácame de aquí”, repitiéndolo una y otra vez hasta que al final su voz se apagó.
Últimas noticias: la última hora de hoy en EL PAÍS