
Anita llega a la cita en autobús después de dos horas de trayecto, a punto de ser impuntual. A las tres de la tarde pulsa el timbre de un chalé a las afueras de Villanueva de la Cañada. La dueña de la casa —una mujer con una especie de empresa que hace de mediadora entre otras mujeres sin papeles que buscan trabajo como empleadas del hogar y los empleadores— le da paso amablemente y le ofrece un vaso de agua antes de ponerse “rígida”. Anita miente durante la entrevista de trabajo como miente casi siempre que le preguntan su edad. Dice que tiene diez años menos de los que en realidad tiene: 61. “A las mayores nos descartan rápido”, apunta ella.
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