
Yasmina tiene 23 años y llegó al módulo de mujeres de la prisión de Brians 1 hace cinco meses. Cumple sentencia por un robo con fuerza en una clínica dental que ni recuerda, dice, porque aquel día iba “muy drogada”. Si la cárcel ya es un medio hostil para cualquiera, su ingreso se vio agravado por la relación que mantenía con algunas presas y una pelea. La dirección apenas tardó tres meses en seleccionarla para que entrara en una especie de burbuja penitenciaria. “Aquí estamos personas más vulnerables, que hemos sufrido extorsiones y somos más sensibles”, lee, algo nerviosa, en un pequeño trozo de papel en el que ha escrito unas cuantas cosas que no quería olvidar.
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